Corría el viento raudo y veloz una tarde de verano. Sentada en la escalera, a oscuras, la cabeza apoyada en la pared de madera antigua. Suena una musical melodía en el teléfono móvil y despabilando sutilmente sus ojos marrones de amplias ilusiones y pestañas, contesta con voz baja. Dicen que han de juntarse, responde que sí. Y es que era de esperarse, pues no se habían visto hace tiempo. Cientos de kilómetros separaban una amistad y ahora se revertía la situación haciendo caso omiso al tiempo que corría como reloj enfurecido. Queda de pasar a ser buscada por su amigo de la vida, aquel en que depositaba algo más que una vago querer; ya se sabía que la hermandad cobraba vida en su palpitar. Sucede algo; menciona, imagina situaciones pocas y muy probables. No lo puede creer, él está aquí. Nuevamente. Él. Y también ha de venir por ella. Ella lo intuía, a sus 18 años era capaz de predecir algo más que sus ciclos menstruales. O la talla que envolviera sus suaves y armoniosos pechos, junto a aquel secreto lunar que robara la emoción de sólo un espejo. Aquel que reflejará sus más íntimos y crudos sentimientos. Los que se encontraban en un estado de PAUSE, ya que la muchacha no quería darle STOP. Nuevamente se volvería a marchar, emprendiendo rumbo a sus musicales rutas. Quizás habría un feliz final, quizás no. Pero lo que sintió al saberlo a unos metros de ella; desató un fuego inmenso que se albergaba en el fondo de su seno, y comenzaba a recorrer cada tramo de su cuerpo. Quemando con dolor y cruda pasión cada trozo de su ser. Haciendo explotar en la superficie de su piel como un torbellino infernal que desataba mil mariposas de fuego. Las podía sentir en los puntos más sensibles de su femenina identidad. Estaban allí, y ella sabía que no había límite. Había probado tantas veces su sabor y necesitaba hacerlo una vez más. Lo había extrañado, en cuerpo y alma. Lo había soñado, una, dos, tres, infinitas veces y quería tenerlo entre sus brazos cuanto tiempo fuese posible. Se había enamorado como se enamoran todas las mujeres inteligentes. Como una idiota.
Necesitaba verse deseable, se puso perfume en los lugares que más le quemaban tratando de apaciguar el calor que allí emanaba. Vistió un delicado vestido azul y café que jugaba con sus suaves ojos, y colocó unos pequeños y perfectos aretes que sabía llamarían la atención de su amante. Deseable, una palabra, de pocas sílabas.
Se encontraron, fueron nuevamente presentados por el amigo en común, se miraron y trataron de descubrir que cosas habían cambiado en ellos. No había nada distinto. Todo seguía en su lugar, al menos lo físico. No obstante, la muchacha exhibía un brillo extraño frente a los ojos de aquel músico. Necesitaba ser deseada, y él ocultaba el palpitar de su musculatura bajo su desgastada casaca de cuero, aquella que había sobrevivido tantos conflictos.
Necesitaba ser deseada, y ella contaba las partículas de polvo fervientemente, tratando de no caer en la desesperación de esperar uno de aquellos perfectos momentos en que ambos quedaran solos. Creía volverse loca de la espera y jugaba con sus largos y pálidos dedos.
Sin embargo, el músico la ansiaba fogozamente. Y vaya que la deseaba, así y más aún de lo que ella lo deseaba.
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suspiró