En las ruidosas y heladas mañanas de la gran capital, en la estación de metro Irarrázabal aparece colorido y musical, el ser que por tanto tiempo formó parte de mis más crudas pesadillas. El payaso.
Saluda alegremente a los que por ahí estresados y contra el tiempo pasan, tratando de sacar notas musicales de un serrucho que deliberada y sincronizadamente mueve. No espera una respuesta, ni siquiera sacar sonrisas ya que pertenece a la raza de payasos del siglo XXI, quiénes se conforman con sorprender y cambiar la rutina de una mañana. Si alguna moneda arranca del bolsillo de alguna persona, aún mejor. Pero no es el objetivo.
Cierto día en que atrasada iba, sin ánimos de llegar temprano, me deslicé en bajada como ánima por la escalera de la estación y lo vi de nuevo. No me dio miedo. Nadie lo "pescaba", todos pendientes y centrados en sí mismos. Mezquinos. Corrí esquivando a los transeúntes y me ubiqué a su izquierda, se volvió hacia mí, le miré sin pestañear, le sonreí y antes de que pensará en mi locura y extrañeza. Le dije "hola". Y le di la mano. Me miró extrañado, sonrió e hizo el gesto de darme cien pesos.
Ya no le tengo miedo a tantas cosas, y vaya que la lista era larga.
Música ♡
viernes, 23 de abril de 2010
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suspiró