Bajar los brazos, cediendo ante una posible depresión o un hipocondríaco estrés post traumático; es común en épocas como estas. Recuerdo que cuando llovía, mi lela Olivia Olivo decía que era Dios, quien lloraba pues no me comía toda la comida. O mi tata Sam, que explicaba la sorprendente rudeza de los truenos diciendo que era este mismo supuesto Dios, tocando un gran tambor para amenazar a los pecadores. Mi tata fue toda su vida ateo, así que menos le creía sus suposiciones, si se estaba riendo, con cosas serias. En psiquiatría, eso es incoherencia afectiva. Algo de locura habrá tenido el viejo...
Es tan fácil decir que todo pasa por algo, como lavarse las manos. Es la típica respuesta cliché ante cualquier percance, y la más escuchada por estos lados. Una semana basta para darse cuenta que la Pachamama estaba furiosa con nosotros. Punto. De tanta rabia se mojó el dedo, se mandó un tiritón tipo axé y desató carnavales de ira sobre ciudades con un abundante porvenir.
Pero la esperanza es carpintera y aunque el miedo nos ate de brazos, un capitán jamás abandona su nave. Jamás.
Música ♡
martes, 13 de abril de 2010
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suspiró