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viernes, 2 de abril de 2010

Conejito de Pascua.-

Cuando era una pequeña ratona, de alrededor 6-8 años, creía a morir (como mi dioso Américo) en el Conejito de Pascua. Y cómo no, si desde que tuve noción  de un Jesús en la cruz, sólo aprendí que no se podía comer carne pero sí chocolate. Todo gracias a la misteriosa visita del Conejito.
- Mamá; ¿por qué los conejos salen de sus nidos a repartir chocolate y en forma de huevos?
- Porque les sirve para salir a pasear y además son muy solidarios con los niños
- Mamá, ¿entonces por qué si son tan buenos, no se dejan ver?
- Porque son tímidos, son conejos
- Pero mamá, por qué Rabito (mi conejo bebé mascota) no se esconde de mí
- Porque él te quiere, hija
- Pero mamá si me quiere, ¿él  me trae los huevitos?
- No sé hija, pero recuerda que son muy misteriosos
Quedé toda la infancia con la bala pasada de que mi Rabito, tenía cacao escondido en su jaula-hogar. Y lo vigilaba de todas las maneras posibles día y noche, viendo si en algún momento hacía chocolate y le daba forma de huevo. Él me miraba y me olfateaba con la nariz moviendo sus bigotes aunque estuviera bastante lejos, de verdad que era un tipo muy listo y sabía ser espía mejor que yo. Comía sus zanahorias y vegetales, y creo que intenté explicar la combinación de naranjo y verde, creo que daba algo así como café. Me sorprendieron varias veces empapada en tempera, con planos y maquetas, tratando de entender como su caca sabía a chocolate. La probé dos veces,  y no quise intentar una tercera vez, porque de verdad no sabía a chocolate. Hasta que mi mamá me envió de visita acompañada de mi Lela Olivia Olivo donde  unas tías morsas en Talcahuano, quienes hicieron que me rindiera con mi plan,  entre risas y aplausos por ser tan simpática y divertida. Las mire de reojo, frunciendo con rabia el ceño y prometí dentro de mi misma que si aparecía el conejito sucederían cosas terribles en aquella casa. También me creía hechicera así que les lancé feroz maleficio, les tiré un escupo en el retrete, y me retiré indignada con mi oso Arturo a la cama, esperando que llegara pronto el siguiente día, para virarme de esa casa y regresar a Laja.
Al otro día, desperté entre gritos, ya que del retrete, mientras una de mis tías hacía "su pega"salió un ratón negro y feo que la miró con ojos sigilosos y arrancó por la ventana. Casi se infarta, y me sentí pésimo todo el viaje en microbus hasta el terminal de Concepción, aunque eso demostraba indudablemente mis super poderes de hechicera y las Sailor Moon eran una alpargata a mi lado. Nunca dije que había sido mi culpa, y pensé que de mi escupo salían ratones. Más me valía nunca intentarlo de nuevo, o si no moriría mucha gente por un gran susto.
Al llegar al terminal ese día domingo, mi abuela me dejó en una de las sillas cuidando nuestro equipaje y dijo que debía de hacer una llamada importante. Me quedé comiendo un  helado de invierno en un asiento mientras miraba la televisión y transmitían películas de Jesús, y conejos. Divisé a mi abuela a lo lejos, quien se dirigía con una gran sonrisa hacia mí. Parecía una cara de chiste más bien. Me dijo que nos ganáramos cerca de los teléfonos porque... Porque sí. Y le hice caso, con tal de que me comprara otro barquillo de invierno. De repente, comenzó a sonar uno de los teléfonos y miré a mi abuela con mucha incertidumbre, le pregunté que si se podía contestar, que sería divertido. Mi abuela me animó a levantar el auricular y ponérmelo en la oreja, aunque pensaba que la llamada sería para otra persona, porque nadie me llamaría a mí. Al escuchar la voz que salía del auricular, despegó desde el fondo de mi pecho un cohete de felicidad que hizo levantar hasta más no poder mi sonrisa, y mis ojos se llenaron de un fulgor esplendoroso. Era el Conejito de Pascua, quién me dijo que en mi casa había dejado una canasta rosada, con cintas rosadas llena de huevos de chocolate. Comencé a saltar de felicidad y toda la gente a mi alrededor miraba curiosa aquel magno espectáculo. De tanta felicidad, gritando le pregunté  si era Rabito y le dije que me había comido dos de sus excrementos y que por favor no me los descontara , hubo un silencio generalizado y hasta mi Rabito se silenció. Pero le dije que nunca más lo haría porque sabía ya que no había chocolate en ellos, y le recalqué que por favor no me los descontara. Y desde el teléfono salió una risa que sumada a las de la gente a mi alrededor hicieron que me sonrojara. Pero no importaba, pues yo tenía la canasta rosada y ellos no.
Cuando arribé en Laja, corrí a mi casa como una verdadera gacela arrancando del ataque de un león. No me importaba nada más, y al tener la canasta en mis manos descubrí que no me habían descontado nada en comparación al año anterior. Había firmado el conejito con su pata, y dejé entredicho que mis investigaciones no acababan porque Rabito debía facilitarme su pata para probar si eran idénticas o no. Me intoxiqué con el chocolate y creí que la maldición que había lanzado contra mis tías había rebotado contra mí, porque de verdad pensaba que me iba a morir. Desde aquel día, el doctor hizo manifiesta la necesidad de quitarme todo chocolate que llegara a mis manos, y que debido a mi alergia nunca iba a saborear. Ni ahí con comer caca de conejo, así que me hice a la abstinencia chocolatera. Mi mamá me convenció de que no tenía super poderes, de que todo era parte de una enfermedad. Pero mi abuela me dijo que todo había sido culpa del conejo. Comencé a dudar de mi amor por ellos y sobretodo por Rabito, quien había tratado de matarme. Eso era entonces. Rabito quiso envenenarme porque lo hostigaba demasiado. Es así como, nunca más seguí con mis planes de perseguir al conejo Rabito, y le di su espacio y su metro cuadrado. Pensé que estaba muy traumado, pero mi mamá me dijo que dejara de inventar y suponer cosas, que simplemente el conejo no era el Conejo de Pascua y que no existía. No lloré ni nada, sólo me quedé en silencio, y no hablé por dos días. Ahí murió  toda la magia, pero pude volver a abrazar y acariciar a mi Rabito bonito.

2 comentarios:

Cam dijo...

la cagaste paulina, me reí todo el relato...

El bruno es.. dijo...

jeje Cómico, me gusto :P

es genial recordar esas anécdotas de niño...y lo hermoso es que la persona que lo lee lo "imagina".

ta bkn!

Opinar es gratis :)

suspiró