Los zapatos azabache, hacían girones en el aire; zigzagueando hacia delante, hacia atrás, hacia la izquierda y hacia la derecha. El movimiento era variado y suave, armonizándose con la tibia melodía del viento en esa mañana de abril. La humedad se había llevado el brillo del calzado, y la pulcritud del traje color caqui.
Desteñía en ese ambiente, pero era lo que debía ser. Nunca se había sentido partícipe de vidas ajenas. Y ahora, nunca más volvería a repetir aquella frasesita cliché de: "morir en el intento".
Insectos carroñeros revoloteaban a su alrededor , exprimiendo gustosos cada gota del preciado líquido rojo. Se debía aprovechar está ocasión. El sacrificio había obrado en pro de la naturaleza. Eso él no lo sabía, ni jamás lo imaginó. Esto, lo supieron todos los que asistieron a la cena esa noche de abril, desgarrando una a una sus partes.
Los zapatos lograron caer y ser devorados por el tiempo. A la espera; el árbol crujió fuertemente en señal de sed. Necesitaba más. Y los invitados aullaron rompiendo el ceremonioso silencio. También necesitaba más.
El cuerpo no sería testigo de una muerte planeada. No quedaba más que unos zapatos elegantes y ahora presos de la humedad. Su ropaje arañado se esparcía en el fangoso suelo.
Por estas cosas naturales, que los mezquinos de sus carnes y líquidos, no han vuelto a colgar de árboles. Porque a pesar de todo, desean ser encontrados una vez perpetrada la acción y perdido el enigmático juego del colgado.
Música ♡
sábado, 8 de mayo de 2010
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