De todos los amoríos que he tenido, en mi pasado bien pololo, todos han sabido acariciar una guitarra como a una dama. Todos me han dado una serenata alguna vez en la vida. Todos alguna vez han dedicado una canción a mi cintura y a mis oídos. Todos han tenido una banda de música. Todos han sido acompañados por mi pecho latiendo al soñar con la fama. Todos se han ganado una buena parada de carros por mis celos con las "grupies". Aunque sea similar a ellas, mi sobrenombre va más allá: la eterna grupie. Nunca me he propuesto separar una banda, como Yoko Ono por ejemplo, y nunca me metí con alguien más que el chico al que besaba y daba la mano. Sin embargo, lo logré una vez. No fue mi culpa, y recalco; no fue mi intención. Y no fue por cometer adulterio, sino que fue sólo por decir un adiós. Y que fuera un verdadero adiós. En donde no existieran recuerdos, sólo cementerios.
De todos los finales infelices, siempre y exclusivamente recordaré uno, que como digo fue el más extraño. Pues nunca tuvo principio ni final. Bueno quizás un pseudo comienzo y pseudo final, sí. Un corazón destrozado, un corazón malherido y una guitarra en trozos esparcidos por una playa sin límites, bajo un cielo infinito en estrellas. Y estoy segura que ese cielo tenía dos lunas, y no fue con el crujir de nuestros cuerpos que se me alteró la vista. Sino que esas dos lunas, éramos él y yo; tú y yo, y nuestra conexión; tu guitarra que expelía tantas maravillas.
La Ono no la disfrutó tanto; pues no conoció aquella luna, que no debía de haber estado en ese lugar, a esa hora y en ese día.
Música ♡
lunes, 18 de enero de 2010
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